jueves, 24 de marzo de 2011

EN LA CABEZA NO ME DES, QUE TENGO QUE ESTUDIAR


No es por darme importancia, pero, a lo largo de mi vida, me he metido en un montón de historias absurdas sin saber muy bien porqué. Una de ellas fue empezar a practicar judo estando ya crecidito (con poco más de 20 años).

Corría el año 1.999. Internet iba por la línea telefónica (tenía que esperar a que mi hermana colgara el teléfono para mirar mi correo), vivíamos atemorizados por el inminente y apocalíptico Efecto 2.000 y yo era entonces un despreocupado y atractivo joven (igual que ahora) dispuesto a comerme el mundo, siempre que no requiriese mucho esfuerzo.

Paseaba una tarde de primavera cordobesa con mi amigo Luis M., que era famoso por convencerte para hacer cualquier cosa que se le ocurriera (menos mal que nunca le ha dado por fundar una secta), cuando vimos que había un gimnasio que nos pillaba bastante cerca de casa de los dos, donde se impartían clases de judo.

Tras discutir el tema durante unos dos minutos, decidimos apuntarnos, con la ilusión de quien se lanza a una aventura. El primer día de clase nos preguntó el dueño del gimnasio, que también era el profe o maestro de judo, si estábamos en forma. Le contestamos, con el arrojo y la inconsciencia de la juventud, que claro que sí, y que jugábamos en la Liga Universitaria de Fútbol. Nos creíamos unos auténticos atletas, unos superhombres, quizás el clímax de la raza humana como especie. “Entonces, os podemos dar caña”, comentó el aprendiz de señor Miyagi.

A esta sí que le daba yo cera y después me la pulía.

Después de una hora de judo no servíamos ni para escuchar la radio. Luis terminó tirado en la acera de la calle, frente al gimnasio y sin la parte de arriba del kimono balbuceando “Hospital…hos-pi-tal” y yo perdí el conocimiento por el esfuerzo y me caí redondo en la puerta con la cara color blanco pálido tono True Blood y sufriendo alguna convulsión y todo, no es por presumir.

¿Por qué volvimos a la siguiente clase después de aquello? Eso sí que es un misterio y no el Triángulo de las Bermudas. El caso es que estuvimos apuntados unos tres años al gimnasio y al final le cogimos el punto al noble deporte del judo.

La mayoría de las veces nos daban hostias hasta en el DNI pero, como solíamos repetirnos, “que te peguen relaja mucho”.  Casi todos los que estaban allí eran cinturón negro nosecuanto dan, tenían menos luces que la bombilla de una cuadra pero no eran malos tíos. No daban para más.

A Luis y a mí nos tenían por una especie de superdotados porque estábamos estudiando una carrera y, como además no nos prohibían la entrada en ningún sitio por tener malas pintas, nos consideraban una especie de consultores estético-intelectuales.

Petronio, el árbitro de la elegancia en la Roma de Nerón. Algo así éramos nosotros, pero en versión modesta.

El caso es que nos preguntaban cosas como:
-    
      Yo creo que el gobierno tiene que hacer una ley para impedir que las mujeres puedan conducir porque colapsan el centro y solo cogen el coche para ir a tomar café con las amigas y de compras. ¿A ti que te parece, Juan?
-          Chavales, aclaradme esto, que estoy hecho un lío y no lo acabo de entender. ¿El Sida vino de darle por el culo a un mono o qué?
-          Luis, tengo una boda informal. He pensado en llevar unas botas vaqueras y una camisa de cuadros con una chapita y un lazo, al estilo cowboy, en vez de corbata. ¿Eso donde se compra? Tú que eres un tío elegante, debes saberlo (A Luis le dolió mucho que alguien pensara que él pudiera saber donde adquirir semejante material).

Nos referíamos cariñosamente al gimnasio como “La Bohème Cafè” y al final terminamos hasta cogiéndoles cariño a esos tipos. Uno de ellos, al que llamábamos El Legionario, apareció un día en el gimnasio con su hermano con su hermano, que era ciego.

Al Legionario le pusimos ese mote porque tenía un tatuaje de La legión que le cubría toda la espalda y que daba bastante miedito. Lo más fuerte de todo es que el tipo sólo estuvo dos meses en el Tercio ¡¡porque lo echaron!! Qué hay que hacer para que te echen de un sitio así nunca quisimos saberlo.

Bueno, pues, como iba contando, ese tipo vino a la clase con su hermano ciego, cogidito del brazo y perfectamente ataviado con su kimono y su cinturón negro y todo. Se decidió que el ciego tenía que combatir conmigo.

A una persona como yo, la idea de tener que pegarle a un ciego, que además no te ha hecho nada, no le motiva mucho, la verdad. Me daba mucha penita el pobre, con esa carita angelical, ese aspecto tan frágil y esa sonrisilla tímida. Pero él insistió en medir nuestras fuerzas.

Total, que nos dirigimos al tatami y le di la mano. El tipo, moviendo la cabeza hacia los lados a lo Stevie Wonder, me tocó la cabeza para saber lo alto que era y dio varios pasos en todas direcciones palpando las paredes para hacerse una imagen mental de la forma y dimensiones del tatami.

Empezó la pelea. Yo todavía estaba pensando aquello de “Qué mal rollo tener que pegarle a un ciego, pobrecillo… Con bastantes dificultades tiene que enfrentarse en la vida”, cuando el tipo, después de dar dos pasos en diagonal hacia mí, me agarró la manga del kimono con fuerza. Retrocedí un poco para cubrirme y tratar de soltarme cuando el muy cabrón se deslizó como una anguila y me hizo una catapulta abriéndose de piernas 180º a lo Van Damme. Viendo los primeros segundos de este vídeo os podéis hacer una idea de la que me dio:

A ese movimiento se le llama Uchi – Mata. Lo mío fue similar, pero con alguna sutil diferencia como:

-          El tipo que talega en el vídeo está en una competición, concentrado y preparado para caer. Yo estaba como el que hace cola en el Mercadona. La hostia fue de libro.
-          El judoka que tira al otro no forma un ángulo de 180º con sus piernas. El ciego psicópata tenía más elasticidad que Tracy Lords en sus buenos tiempos y, literalmente, me catapultó.
-          En el vídeo, los dos caen juntos y ruedan para amortiguar el golpe. Yo caí a dos metros del ciego y además de espaldas, a plomo.

Todavía doy gracias porque en aquel entonces el uso de móviles que grababan vídeos no era algo generalizado.

Me puse de pie como pude, me dolían hasta las pestañas, y decidí que era o el ciego o yo. Tenía que sobrevivir como fuera a aquello. Me decidí por un ataque por la izquierda y me respondió con una contra que casi me hace perder el equilibrio.

Descubrí entonces que se guiaba por el sonido y lo vi claro. Pegué un pisotón fuerte por la izquierda, deslicé el pie a la derecha y lo ataqué por allí. El ciego mordió el polvo. Me había apuntando un tanto, el único del combate.

El siguiente asalto lo ejecuté igual, con la técnica del amago sonoro… Vale, ya sé que no suena muy ético, es un truco sucio, pero qué queréis, sentía como si me hubieran abierto la espalda en dos y la sonrisa del ciego, que en un principio me había parecido tímida, ahora la encontraba sádica. Me daba miedo el judoka invidente, era una auténtica máquina de matar.

Total, que hice lo mismo que antes: ruido por un lado y ataque por el contrario y me respondió con un movimiento que fue para darle un diploma olímpico como mínimo. Decir que comí suelo es quedarme corto. No os pongo un vídeo con lo que me hizo porque no fui nunca capaz de saber cómo se llamaba la maña. El caso es que talegué, pero bien, por un momento pensé que me había roto la nariz. Me ayudó a levantarme del suelo y me dijo: “Una vez me has engañado. Soy ciego, pero no gilipollas”.

Es que veo a este tipo y me entran sudores fríos.

Decir que los tertulianos de “La Bohème Cafè” estaban entusiasmados con la somanta de hostias que me estaba llevando es quedarse corto. Entonces comenzó el combate en el suelo. La historia consiste en que los dos judokas se ponen de rodillas y tratan, o bien de poner la espalda del contrario contra el suelo e inmovilizarlo, o de hacer que se rinda mediante estrangulaciones, luxaciones, etc.

Bueno, podemos resumir el resultado de aquello afirmando que, menos tender un lazo a mi virtud, el ciego me hizo de todo. El tipo llegó a estrangularme con el empeine del pie izquierdo mientras me retorcía el brazo. Un puto crack el tío.

Cuando todo acabó, tengo un recuerdo difuso de ese momento, me acerqué al Legionario y le dije: “Joder con tu hermano, solo le ha faltado ponerme unas banderillas”, me contestó orgulloso: “Es que es el actual campeón del mundo en su categoría”. Campeón del mundo… su puta madre. Desde entonces cuando escucho a Serafín Zubiri siento escalofríos.

El ciego era cinturón negro, tercer dan. Yo, cinturón verde, Georgie Dann.

Llegué a casa magullado, andando despacito por el dolor que sentía en todas las articulaciones y con los nudillos sangrando de amortiguar los golpes contra el tatami. Le conté a mi hermana Julia la movida tal como yo la había vivido, como un drama de proporciones épicas. Cuarenta y cinco minutos se estuvo riendo.

Me tumbé en la cama, tras una ducha de media hora, resignado a morir de las lesiones internas que sin duda sufría, cuando sonó el teléfono. Era mi novia de aquel entonces, que tenía la agradable costumbre de llevarse horas hablando de su trabajo cuando me llamaba: 

-          Y entonces el de recursos humanos me puentea  y le va con el cuento al responsable de… Juanito,  ¿qué te pasa que estás tan callado?
-          Eh… nada…un ciego que….
-          ¿Un ciego? ¿Otra vez te has ido de cervezas entre semana?
-          Sí, esto es lo que hay (No tenía ganas de volver a contar la historia otra vez).

lunes, 21 de marzo de 2011

PARAFILIAS

El otro día estaba en casa de una amiga y me enseñó el último libro que se había leído: “99 curiosidades sobre el sexo” (anda que también se iba a comprar “El discurso del método”).
Le estuve echando un vistazo rápido y flipé con el capítulo dedicado a la parafilia (“Desviación sexual”, según la R.A.E.) La peña está muy  mal. Creo que lo más sorprendente no es que uno manifieste una perversión sexual extraña, sino que tenga el valor de contárselo a alguien. Me imagino la cara que pondría el primer psiquiatra, sexólogo o psicólogo que escuchó a alguien confesar que se excitaba frotándose contra una estatua, parafilia que después fue denominada pygmalionismo. El tipo seguro que se quedó pensando “Esto no está pagado”.


Es que van provocando, coño.


Os dejo la definición de algunas parafilias que venían en el libro (apunté algunas de las que más me sorprendieron):

Retifismo: Fetichismo por los zapatos. Ejemplo:
 - ¿Vamos a Calzados Leo?
– ¡¡Oh, sí!!

Hybristofilia: Excitación producida al saber que el compañero sexual ha cometido un crimen como un asesinato o un robo a mano armada. Ejemplo:
-    Cari, me han metido en un ERE del PSOE.
-    ¡Dios, dámelo todo!

Nosolagnia:  Excitarse al saber que la pareja sufre una enfermedad terminal. Ejemplo:
-    Me quedan dos meses de vida.
-    Ea, pues ya me has puesto pinocho.
(Hay gente pa tó. Os juro que no me lo he inventado).

Latronudia: Excitación por desnudarse ante el médico. Se suele fingir una dolencia. Ejemplo:
-    Doctor, creo que tengo miopía.
-    ¡¡¡Pero vístase, hombre!!!

Siderodromofilia: Pasión por hacerlo en los trenes. Imagino que será una jodienda si además eres eyaculador precoz. Ejemplo:
- Deme los horarios del Altariaaaaaaaaaaaaahhhh…….ya no hace falta.

Moriafilia: Excitación provocada por chistes sexuales. Ejemplo:
-    Cuéntame el chiste del Perro Mistetas y arráncame la ropa.
-    Ahora no puedo, que estoy frotándome contra una estatua.


Un moriafílico no puede escuchar una cinta de chistes de Arévalo completa sin sufrir un colapso.

La verdad es que es un mundo inabarcable este de las parafilias. Ya que estamos, me voy a inventar algunas:

Saracarbonerofóbico: Pervertido sexual que piensa que Sara Carbonero no vale nada y dice abiertamente que no la considera atractiva. Normalmente trae a juego una novia que hace que María Antonia Iglesias parezca Miss Dinamarca.

Quetehasfumadofilia: Parafilia muy común que consiste en llegar al orgasmo tras fantasear con ser un enano albino travestido y disfrazado de delineante, que resuelve misterios y es perseguido por una banda de monjas voladoras que tratan de hacerle la vida imposible.

Ansonfilia: Excitarse leyendo las esquelas del ABC.

Piscifilia: Llegar al orgasmo frotándose las pantorrillas con arenques ahumados. Limita la vida social por el olor que desprende el pescado, pero tiene su punto.

Jazztelfilia: Excitarse al ser despertado de la siesta por un comercial de Jazztel. Ejemplo:
-    Ajá, sí, señor, ¿sí? ¿Hablo con el titular de la línea?
-    Aquí me tiene usted, con la porra en la mano.

Si me contratas la línea, te digo qué llevo puesto.

Mexicofilia: Sentir excitación sexual al ver a unos mariachis haciendo malabares con diábolos en el peaje de Utrera. Fantasía femenina por excelencia.

domingo, 20 de marzo de 2011

ERASMUS IN LOVE

Siempre que escucho decir a Faemino,en el sketch memorable de El Budista: “Imagínate que te pones de pie de golpe por lo que sea, por chulería, no sé… por impresionar a una extranjera”,recuerdo las tonterías que hacía uno cuando era universitario para ligarse a las Erasmus. En aquellos años felices donde la única preocupación eran los exámenes (y si te agobiabas pues te ibas de cañas y lo dejabas para septiembre),tratar de llevarse al huerto a una estudiante, nórdica a poder ser, era una forma de pasar el rato la mar de agradable.
Me acuerdo de mi amigo P. corriendo en calzoncillos por la Avenida del Aeropuerto de Córdoba, con una moneda en la mano, buscando una máquina de condones porque se había ligado a una sueca en una fiesta que montamos en su piso. Con el calentón se le olvidó ponerse los pantalones y, de haberse acordado, creo que tampoco le hubiera importado mucho. Llevarse al huerto a una sueca debe ser algo que forma parte del inconsciente colectivo, como una consecuencia inevitable del cine del landismo o algo así.
Un amigo, un esclavo,un siervo, un ad-mi-ra-dorrrr….
Las pobres caían rendidas ante el irresistible atractivo de la cultura española. Se sobrecogían de lujuria con conversaciones del tipo:

-      ¿Por qué no hay clase el lunes? – preguntaba ella.
-      Pues porque el martes es fiesta y no se trabaja – le respondía el aprendiz de Manolo Gómez Bur.
-      ¿¿¿¿Y????
-      Bueno,si el martes no hay que ir a trabajar, ¿para qué vas a ir el lunes? Se llama “hacer puente”. No trates de entenderlo, sólo disfrútalo, nena.
-      ¿¿¿¿Y eso es legal???.... Dios, me siento tan confusa….. ¡¡¡Hazme tuya!!!


Yo me pillé por una vasco-francesa, Pantxica, que además de ser guapísima y bastante locuela, era La Voz.  Tenía un acento francés que parecía exagerado a propósito, sonaba de lo más cantarín, a lo Pierre Nodoyuna (coño, vosotros me entendéis). Estábamos todo el día juntos y cómo sería la cosa que yo iba a clase de Motores y Máquinas sólo para verla y tomarnos un café en el descanso. El que haya sufrido alguna clase de Motores entenderá enseguida que aquello no podía ser otra cosa que amor verdadero. El profesor era idéntico al enano del Golden Axe (el del hacha que saltaba y hacía ”pinchitos”) y me pasaba las clases mirando la nuca a Pantxica, que era muy mordible, e intentando no reírme del acento curdobé cerrao del profesor (“Entonse, eso ha quedao claro, haserme caso y dejá de hasé pego, que vi a disí lo que é la relasiónestequimétrica”). Más de una vez temí que se me escapara la risa y el profe terminara lanzándome la magia de los rayos.
Haserme caso, sipote,que vi a enseñá lo que é er Diagrama p-arfa.
 
La historia con Pantxica se terminó un día que fuimos a tomarnos un café y después de doce intentos de pagar, le dije medio en broma, medio en serio: “O nos hacen caso la próxima vez o nos vamos haciendo un simpa”. Me miró como si le hubiera confesado ser un asesino en serie o algo peor y, después de que yo tuviera casi que rogarle al camarero que me dejara por favor pagarle si no era mucha molestia, me soltó un “Ya nos veremos”, que sonó a despedida. Entendí entonces que el choque de culturas sería insalvable. Todo había ido genial hasta entonces, pero veníamos de mundos distintos, yo era demasiado español para ella…No volví a llamarla (ni ella a mí) y no aparecí por la clase de Motores en el resto del año. No supe nada de Pantxica hasta estas navidades que me mandó una felicitación como las que te envía el presidente del Corte Inglés (cordial y cariñosa pero sin pasarse).
Fue bonito mientras duró. Recuerdo que un día me dijo, con ese acento francés erótico-festivo suyo:“¿Sabessss? Ayeggg se estropeó el aigue acondisionadooooooo y tuve que dogggmigggg desnudaaaaaaa….Imagínateeeeee, fue hogogoso, Juanito. Imagínateeeeee”. Y vaya si me lo imaginé. Desde entonces no puedo evitar tener una erección cada vez que veo “Los autos locos”, con Pierre Nodoyuna.

Creo que mi parafilia se llama Pierrenodoyunafilia.
 
Años después estuve de Erasmus en Gante (Bélgica) y viví la historia desde el otro lado. Pero eso mejor os lo cuento otro día.