Odio, con todas mis fuerzas, levantarme temprano. Soy un detective noctámbulo. Para mí, el día está hecho para dormir. Por eso, cuando recibí aquella llamada del inspector Mac Luhan, a las nueve de la mañana, me presenté en el tanatorio con un humor de perros.
-¿Qué tenemos aquí?- Le pregunté al forense que, paradójicamente, no tenía un Ford (como decía Gila), sino un Seat Panda Rojo.
-Lo de siempre- masculló el matasanos, mientras retiraba la sábana blanca que cubría al fiambre.- Joe Piernascortas, otro caso de muerte natural.
-¿Muerte natural?- pregunté mientras rascaba una cerilla para encenderme un cigarrillo.
-Ji, ji, ji... Si alguien te clava 87 veces un puñal por la espalda, naturalmente te mueres.
Le reí el chiste, aunque era muy malo y salí a la calle dispuesto a recabar información sobre el asesinato. No hay nada mejor para empezar una dura jornada de trabajo de detective que un buen trago de whisky, así que empecé por investigar el fondo de una botella en el bar de Sonny Santoro.
En el séptimo vaso, cuando el pulso me empezaba a fallar, el barman, un italo – americano gordinflón y afable, me dijo que alguien preguntaba por mí al teléfono. Siempre le decía a mis pocos amigos “ si queréis localizarme, no me busquéis en una iglesia ni en la lavandería de Mao Pa Wang. Estaré en el bar de Santoro apurando un whisky o durmiendo en mi casa”, así que no me sorprendí y agarré el auricular torpemente, un poco borracho.
-¿Diga?
-Hola, detective. ¿Sabes quién soy?
-Soy detective, no adivino.
-Qué gracioso. Quizás no tengas ganas de hacer bromas cuando sepas que yo he sido el que se ha cargado a Joe Piernascortas.
-Te felicito. Era un mafioso, asesino, traficante de drogas y además miembro de la Tuna de Farmacia. Solo por esto último merecía morir. Buen trabajo.
-No te hagas el duro conmigo, amigo... Supongo que has descubierto el segundo cadáver, ¿no?
-¿Qué segundo cadáver?¿ De qué estás hablando?
-Te deje pistas para que lo encontraras.
-¿Pistas? ¿Por qué dejas pistas?¿ Quieres que te atrapemos? Entrégate a la bofia y nos ahorras trabajo.
-Tengo que colgar, que a esta hora es muy caro. Volveré a llamarte.
-Dale recuerdos a tu mujer y a los niños.
Me terminé el vaso de un sorbo y volví al lugar del crimen, a ver si lograba encontrar las pistas que me condujeran al otro fiambre.
En la habitación donde apareció muerto Joe solo había una mesa, tres sillas, una grapadora y un paquete de tabaco. En la pared, junto a la ventana, colgaba un cuadro que representaba a Abraham Lincoln fumando opio en Gibraltar. Ni un solo indicio. Volvió a sonar el teléfono.
-¿Ya tienes la solución, amigo?
-Creo que el tío que te cargaste está atado a una silla, sobre una mesa, con un cigarro en la mano y con las orejas grapadas al peñón de Gibraltar.
-Creí que eras más inteligente.
-Pues ya ves, no tengo ni el graduado escolar.
-¡Si es muy fácil!
-Será fácil, pero yo no caigo.
-Verás... ¿Cuáles son las cuatro últimas cifras del número de barras del paquete de tabaco?
-A ver... 1.956.
-¿Y de que marca es?
-Nobel.
-¿Quién gano el Nobel de literatura en 1.956?
-¿Don Pimpón? Yo que sé.
-Juan Ramón Jiménez.
-Ya, el del burro. ¿Y qué tiene que ver eso con el cadáver?
-¿Dónde pasó su exilio Juan Ramón?
-En Puerto Rico.
-Exacto. Ya sabes la calle. Sólo te falta el número. ¿Cuántas grapas hay?
-Cinco.
-Muy bien. Calle Puerto Rico nº 5, 3º (tres sillas), 1 (una mesa).
-¿Y el cuadro de Lincoln?
-Era para despistar.
-Solo hay un problema. En Manhattan no hay calles sino avenidas y se nombran con números.
-No jodas el relato, hombre.
-Perdón. Adiós.
Colgué el teléfono y me dirigí hacia la calle Puerto Rico (ejem, ejem) y lo que encontré allí me revolvió el estómago: la víctima, Jimmi Destripaterrones, tenía todos los discos de Nana Mouskury. Aparté la vista rápidamente, para no ponerme peor y entré en el cuarto de baño, donde Jimmi yacía, dentro de la bañera, ahogado en trece litros de champú anticaspa. La única pista era un recorte de periódico que el muerto sujetaba fuertemente con su mano derecha. ”Los Miami Dolphins han ganado la liga”, rezaba el titular. Esta vez sí se me encendió la bombilla. Sin pensármelo dos veces, conduje mi Cadillac a toda velocidad hacia la lavandería de Mao Pa Wang.
-Quedas detenido. Tus días como asesino han terminado- le espeté al lavandero.
-Maldita sea, ¿cómo lo has sabido tan pronto? Creí que los datos que necesitarías consultar en el Archivo Nacional de Indias te llevarían varios días.
-¿De qué estás hablando?
-Del rompecabezas, de la hija menor de Francis Von Vaastet, que tenía la clave, de la llave de la taquilla escondida en la tarta de frambuesa de Elaine´s.
-No has dado ni una, no llegué a ti por ese camino.
-¿Entonces cómo?
-Me resultó fácil. En este tipo de relatos, el culpable es, como norma general, el personaje que menos interviene en la acción, el que pasa desapercibido al lector. Y a ti sólo te nombré una vez.
-¿Y el inspector Mac Luhan?¿ Y el barman? A ellos también los nombras de pasada.
-El jefe y el camarero con quien ahogar las penas son necesarios para todas las historias, encajan en todas las tramas.
-Comprendo...
-Ahora, acompáñame, te espera una temporada en la sombra, amigo.
Eres muy grande! ¡Buenísimo!
ResponderEliminar¿Quién ganó el Nobel de Literatura del 56?
Soy fan tuya