Mi trabajo me permite conocer a
gente muy interesante, gente con la que, en circunstancias normales, no
coincidiría de dedicarme a otra cosa. Es muy curioso ver cómo las personas que
gozan de una posición privilegiada en la vida dan rienda suelta a sus aficiones
sin las limitaciones que tenemos el resto de los mortales. Uno de mis clientes,
por ejemplo, es muy aficionado a viajar. Tanto, que hace un tiempo decidió
poner a una persona de confianza al frente de sus empresas y dedicarse, durante
dos años, a conocer todos los países del mundo. Y cuando digo todos, son todos,
no se dejó ni uno solo por visitar. Desde Djibuti a Suecia, pasando por la
India, Ucrania y Canadá. Dos años sin parar de conocer países, uno por uno
hasta completar la geografía mundial completa. Y ahora me contáis que os sentís
trotamundos porque os habéis hecho el InterRail con 20 años.
Otro tipo para el trabajé es muy
aficionado a los caballos. Tiene una finca con 75 ejemplares españoles, árabes,
frisones, etc, sólo para su disfrute y el de su familia y amigos. No quiero ni
pensar lo que le costará mantener el capricho. También conocí a uno que se
construyó un campo de golf propio, únicamente para jugar dos días al año. No
creo que la broma le salga barata.
Una vez le dije a uno de ellos:
“Sois tan diferentes a nosotros, que hasta os morís distinto”. ¿Cómo que nos
morimos distinto?, me preguntó. “Bueno, pues mucho se tiene que torcer la cosa
para que yo la palme pilotando mi propio avión camino a una fiesta en mi loft
neoyorquino o de un infarto fulminante por sobredosis de Viagra en una orgía
con modelos suecas en mi yate”, contesté. Me tuvo que dar la razón.
El caso es que el otro día estuve
en una reunión con una de estas personas fascinantes. Su despacho parecía
copiado del de un ejecutivo nipón. Había cuadros de estilo art-pop japonés,
bonsáis, biombos, y una librería con
cientos de obras sobre arquitectura, gastronomía, arte, historia, etc del país
del punto rojo gordo. Empecé a salivar como el perro friki de Pavlov.
Cuando ya nos despedíamos reparé
que en uno de los rincones del despacho había una reproducción de una hoja de
un manga donde uno de los personajes tenía un parecido con el tipo más que
evidente. “Ah, eso es de cuando me sacaron en Oishinbo”, comentó sin darle
importancia.
Aquí, este señor (a
la derecha) haciendo su aparición estelar en el mundo del manga.
Como soy bastante curioso, le
estuve preguntando un buen rato sobre el tema y cuando llegué a casa estuve
buscando información en internet. Hace años me aficioné mucho a los cómics,
pero yo era de Marvel, DC y Norma y nada de mangas. Supongo que me pilló mayor.
Encontré este artículo
sobre Oishinbo, que me parece que está muy bien.
En resumen, podríamos decir que Oishinbo
es un manga gastronómico. Los protagonistas viajan por todo el mundo buscando
el menú perfecto. Es uno de los mangas con más éxito de la historia, con mas de
100 millones de tomos vendidos (los mismos que Doraemon o Golgo 13 para que os
hagáis una idea). Es todo un fenómeno social.
Al parecer, los creadores de Oishinbo
contactaron con él para documentarse para las aventuras de los protagonistas en
España. Mi cliente, entre muchas más cosas, se dedicaba a la producción de
jamón y exportaba con mucho éxito a Japón (bonito pareado). Durante unos días,
el guionista y dibujante de la serie viajaron a la sierra de Huelva y
fotografiaron todo el proceso de producción del jamón y luego crearon una
historia donde mi cliente, los trabajadores de la finca y las localizaciones
reales eran protagonistas. El resultado fue muy chulo e incluso durante un
tiempo algunos japoneses lo reconocían por la calle y todo. No sé a vosotros,
pero a mí me encantaría salir en un cómic. ¿Mola la historia o qué?
Flipando. Los japoneses están como una puta cabra
ResponderEliminarSi algún día hago un comic, te saco.
ResponderEliminarHombre, como para quitar el sueño no es la historia, pero como lectura a las 10:15 sin nada mejor que hacer... no es por desanimar, pero floja entrada.
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