domingo, 10 de abril de 2011

EVARISTO (by Hugo Bonet)

Hoy se estrena una nueva sección en el blog: “Also starring”, un espacio abierto a colaboraciones de amiguetes. ¿Quién mejor para inaugurar la sección que Hugo Bonet? Los que lo seguís en Twitter ya sabéis que es un tipo estupendo con un gran sentido del humor. Con sus tweets demuestra que se puede hacer reír sin faltar al respeto a nadie… O al menos eso pensaba yo, hasta que me mandó su texto para el blog donde me pone a parir.

Hugo, que sepas que mis abogados te van a meter una querella por injurias y calumnias. Me han dicho que, en cuanto acaben de descojonarse, se ponen a ello.

Y, sin más dilación, con todos ustedes, el sr. Bonet.

EVARISTO

¡Hola a todos!

Mi nombre es Evaristo Elcallo. Me han pedido que dedique unas palabras en este blog a la figura de Juan Gorostidi y estoy encantado de poder hacerlo. Conozco a Juan desde hace muchísimos años y… ¡qué puedo decir yo de él!. Juan es una persona maravillosa, un chaval sano, optimista, con energía, de esos tipos que aman la vida. Puedo decir sin temor a equivocarme que Juan es un amigo. También es un cliente. Soy el psiquiatra particular de Juan y llevo su “neurosis maniaco-depresiva con brotes suicidas” desde que se le diagnosticó en su día. En su día hace 18 años. Sí, amigos, 18 años de terapia, por lo que calculo que estamos en un tercio del tratamiento total. Juan ha mejorado mucho.





Evaristo Elcallo, Titular del gabinete psiquiátrico “La regadera”. Nuestro eslogan es “Loca tu puta madre, guapa”. Porque los psiquiatras también podemos tener eslóganes.


Antes de continuar con la figura de Juan, me gustaría destacar que pertenezco a una familia de psiquiatras con solera, una estirpe que ha ido transmitiendo de generación en generación (hasta un total de seis) su interés por el mundo de la locura. Las familias Elcallo y Gorostidi están muy relacionadas, ya que desde 1815 los Elcallo tratamos las diferentes patologías psicóticas de los Gorostidi, una familia también de mucha solera y muy reconocida en Huelva. 

Uno de los casos más difíciles que tratamos fue el de Rebeca Gorostidi, (bisabuela materna de Juan) que en 1950 sostenía que Huelva había sido fundada por los Gorostidi, por lo que debería considerarse territorio independiente de España y por lo tanto ella debería ejercer de Reina Rebeca I de Huelva. Prometía ser una Reina cercana al pueblo, es decir, a sus súbditos onubenses (que la podrían llamar Majestad Rebe) y que su regencia sería recordada como un periodo de monarquía firme y tenaz pero ilustrada. Insistía también en haber sido, 450 años atrás, amante en la sombra de Boabdil en los años previos a abandonar Granada, por lo que los Gorostidi tenían pleno derecho de anexionar Granada al Reino de Huelva. Majísima.

                Rebeca el día de la rendición de los Gorostidi que dio lugar al armisticio final y la firma de los “Acuerdos de Huelva (1952)”

  Deborah Gorostidi, hermana de Rebeca, conocida como “la cuerda de la familia” 


 Feliciana Gorostidi, madre de las anteriores y tatarabuela de Juan. Gran mujer. Aquí, tomando medidas para coger unos bajos.

Recuerdo como si fuera hoy el día que Juan entró por primera vez en mi consulta. Vi en el dintel de la puerta a un chico fuerte, robusto, lleno de energía, el típico chaval extrovertido con ganas de comerse el mundo. Todo esto lo descubrí mientras Juan no apartaba la mirada del suelo.

-          Hola, ¿qué tal? Sabía que ibas a venir a la consulta. Toma asiento. ¡Buenos días!
-          Hola.
-          Bueno, bueno, Juan, ¿y cómo estás?
-          Bien.
-          ¿Quieres beber algo?
-          No
-          Veo que eres parco en palabras. ¿Es la primera vez que vienes a un psiquiatra?
-          No
-          Ah, ¿ya has estado antes con otro colega de la profesión?
-          Con 7
-          Vaya. ¿Y qué pasó? ¿Decidieron que ya habías terminado con la terapia?
-          No. Empezaron ellos a hacer terapia.
-          Jajaja. Qué gracioso. Bueno, dime ¿cómo quieres que te llame? ¿cómo te llaman tus amigos?
-          Mis amigos nunca me llaman.
-          Ajá. Y en tu familia, ¿cómo te llaman tus padres?
-          Juan. Mis padres hace 2 años que tampoco me llaman.
…………

Me sorprendió la vitalidad, el entusiasmo, la energía de este chico que apuntaba tan buenas maneras. Tras 3 horas de sesión, que fueron estupendamente excepto un momento en que fui al baño y aprovechó para clavarse 30 grapas en las muñecas, todo fue como la seda. El chaval estaba fenomenal. Hice dos prescripciones, una para el farmacéutico (unos simples ansiolíticos) y otra para sus padres, con la recomendación de cambiar el sistema de gas de la casa y sustituir la cubertería de metal por una de plástico con cuchillos de punta redonda.

Investigué sobre el pasado de Juan para ver si detrás de su personalidad se escondía algún trauma familiar o escolar, pero no encontré nada. Por lo visto, al nacer, las noticias sobre su inusual belleza se propagaron de boca en boca, hasta tal punto que gente desde otros pueblos de Huelva venían a casa de los Gorostidi para ver al recién nacido. Su abuela decía con orgullo a todos los visitantes: “Qué guapo es mi niño. Tiene una mirada hipnótica”, que en términos médicos viene a querer decir que el niño era bizco. Pero muy bello. Las señoras se pegaban por sacarle fotos. Por motivos desconocidos una de estas fotos se filtró, pasó de unas manos a otras, y acabó siendo portada de la edición del National Geographic de aquel año en el especial naturaleza animal.

Siguiendo con mi tarea de hurgar en el pasado para ver posibles causas de la “neurosis maniaco-depresiva con brotes suicidas” de Juan, y una vez descartado el físico, me dediqué a investigar su entorno familiar. No encontré nada a destacar. Una familia con 7 hermanos, padres cariñosos y un entorno en el que Juan creció como un niño feliz. Debajo de su casa había una discoteca que fue muy famosa en los 90 (“The Salmorejo Dancing”), y lo único que pude descubrir fue que en ocasiones subían los dueños de la discoteca a casa de Juan a quejarse por el ruido que hacían cuando discutían. Los clientes de la discoteca no podían escuchar la música. Pero vamos, lo normal en cualquier familia.

Tampoco encontré problemas en su etapa escolar. Fue un buen estudiante y consiguió terminar el COU a los 28 años de edad. Muy deportista, se decantó por el fútbol. Uno de las muestras de su peculiar fortaleza mental y espíritu de lucha es que cuando los capitanes de fútbol escogían a sus jugadores, a él lo dejaban para el final y lo escogían el último, después de Susanita, la niña coja. Esto a él no le desanimaba y salía al campo con espíritu animoso, y nunca se dejaba ir abajo incluso cuando Susanita le regateaba cada dos por tres, le hacía tuneles o le gritaba cada vez que Juan se tropezaba.


Uno de los momentos más felices de la juventud de Juan, en su 18 cumpleaños. Fiestón que le organizaron sus íntimos amigos Nemesio, Luciano, Onésimo y Justin Segismundo. La instantánea no lo recoge pero a la derecha estaba Juan con la cabeza metida en el horno de gas.

Las sesiones continuaron a través de los años. No es el momento ahora de hablar de todas ellas, pero recuerdo una sesión clave en el proceso de curación de la “neurosis maniaco-depresiva con brotes suicidas” de Juan: su despertar sexual.

Debo decir antes que nada, que yo soy de la escuela de psiquiatría freudiana, en la que, como sabemos, TODO está relacionado con el sexo. ¿Sueñas con una puerta? Clara referencia a la vagina. ¿Sueñas con zapatos? Penes, está claro. ¿Sueñas con un mapa de África? Clara referencia a que te gustaría ir a un poblado de Kenia vestido de cheer-leader y ser violentamente sodomizado por 20 guerreros de una tribu masai. Todas las respuestas están en el sexo. Es la escuela freudiana. Muy alejada en su planteamiento, por cierto, de la detestable escuela Mapphelton, basada en las teorías de Mapphelton y Stack que ni he leído ni pienso leer. E imagino que vosotros tampoco porque me los acabo de inventar (jajaja. Y luego dicen que los psiquiatras no tenemos sentido del humor. ¡Soy una fiesta! jajaja). Al grano. Un día llegó Juan a la consulta:

-          Hola Juan, ¿cómo vas desde la última sesión de la semana pasada?
-          Bien. Solo 6 intentos de suicidio.
-          ¡¡¡¡Muy biennn!!!! Vamos mejorando, Juan. A ver enséñame las muñecas
-         
-          Bueno, y tienes novia?
-          No
-          ¿Amiga?
-          No
-          ¿Nunca has tenido un orgasmo?
-         
-          ¿Y cómo se llamaba ella?
-          Estaba yo solo
-          Ajá, entiendo. Entonces ¿eres virgen?
-         
-          Ten en cuenta que ya estás en la edad de tener tus primeras relaciones, ya sabes, las hormonas, la edad del pavo, … estás en esa edad
-          Tengo ya 36 años
-          Ah, ¿ves?, buena edad. ¿Y vas a discotecas?
-         
-          ¿Y entras a las chicas, les dices algo?
-          No
-          ¿Nunca?
-          Bueno, una vez me vino una chica a hablar
-          ¡Muy bien, Juan! ¿Y qué te dijo? Cuenta, cuenta.
-          Me preguntó si tenía hobbies
-          ¡Bien! ¿Y qué le dijiste? ¿Algo ingenioso?
-          La verdad
-          Ajá
-          Le dije que mi hobbie era hacer nudos marineros y que si quería que le hiciese uno. Pero me dijo que recordó que le llamaban y se fue.
………….

Como veis no puedo más que decir cosas maravillosas sobre Juan, una persona admirable, positiva, cercana, estimulante, y muy amigo de sus amigos, a los que llama siempre para charlar o tomar un café y que por un motivo u otro siempre tienen un bautizo de un primo segundo al que acudir y no pueden (también es mala suerte). En definitiva, que os recomiendo que os acerquéis a él, que conozcáis al verdadero Juan, que os inyecte algo de esa energía y entusiasmo que desprende. Y ahora si me perdonáis os tengo que dejar, que me acaban de llamar del 011 y me dicen las enfermeras de centro donde está internado (a él le hemos dicho que es un spa, jejeje, ¿es que los psiquiatras no paramos nunca de molar con el humor?), que ha vuelto a intentar colgarse de las tuberías de los baños, y que ha vuelto a fallar ese inútil y que ahora está todo inundado y que es la 6º vez en lo que va de mes y no aguantan más. Ay este Juan, de verdad, qué chiquilladas tiene.

viernes, 8 de abril de 2011

HOMEOPATÍA, FIU,FIU

Dedicado a mi amiga Silvia Abril.

Hace poco fui a una farmacia y me intentaron encasquetar un remedio homeopático. Como soy un tipo educado, me aguanté las ganas de mentarle al farmacéutico a la puta de su madre y me limité a preguntarle si se había sacado la carrera estudiando o de la patada de un mulo, pero con otras palabras. Hablando con él, me di cuenta de que no tenía mucha idea de en qué consistía exactamente la homeopatía y que vendía esos productos como el que vende la Power Balance: porque la gente los pide y hay quien dice que le funciona. Y al carajo lo demás. Para qué entrar a informarse un poco de si se trata de una estafa o una magufería. Así nos va.

He venido al mundo a hacer el bien, así que voy a explicaros de donde viene la homeopatía, porqué se hizo popular y en qué consiste (meto chistes de tetas para mantener la atención, tranquilidad en las masas). Vamos a empezar diciendo que la homeopatía es una práctica acientífica y 100% magufa. 

Los cursos de formación de homeópatas tienen la misma validez académica que esto.

Al contrario de lo que mucha gente piensa, la homeopatía no es una medicina oriental tradicional (creencia ésta muy extendida) sino que tiene su origen en Alemania a finales del siglo XVIII y el nombre proviene de los términos griegos: “Homoeos” = semejanza y “Pathos” = enfermedad.

El pavo que se inventó esta historia, el médico Samuel Christian Friedrich Hahnemann (1755-1843), que durante muchos años sólo se dedicó a traducir libros, enunció sus principios teóricos en un ensayo titulado “Organnon der rationellen heilkunde” (“El arte de la medicina racional”).
 
La homeopatía se basa en la Ley de la Similitud (“Similia similibus curantur”, una sustancia es curativa si causa los mismos síntomas que la enfermedad) y la Ley de los Infinitesimales (cuanto más pequeña es la dosis de la sustancia administrada, mayores son los efectos en el paciente). No hace falta ser un experto en medicina para descubrir que estas dos leyes encierran dos disparates conceptuales.

Veamos esto con un ejemplo. Imaginemos que queremos desarrollar una cura para el insomnio. Recordemos que aquí el colega Samuel decía que lo similar cura lo similar. Bien, primero buscamos una sustancia que cause este trastorno. ¿Y qué causa insomnio más que un café cargado? Ya tenemos la sustancia curativa: la cafeína.

Siguiente paso, cuanto más se diluya la sustancia, más efectiva es. Samuel, cuando traducía sus libros de medicina antiguos, escritos por galenos o, como se los conocía en esa época, matasanos, reparó en que era una opinión común que los pacientes se les morían menos cuanto menor era la dosis de los medicamentos que se les administraban. En aquella época era normal que se tratara con tóxicos a los enfermos, como mercurio, arsénico, cianuro, etc. De ahí, la idea genial de la Ley de los Infinitesimales. Ya sabemos qué hacer con la cafeína: diluirla en agua a todo lo que dé. Y ya tenemos el medicamento homeopático para el insomnio: es el equivalente a echar una gota de café en una piscina olímpica. Y a precio de un solar en Barcelona, por cierto.

Fran Perea el que lo lea. Esto no tiene nada que ver con el artículo, pero es que si no digo alguna tontería, os dormís.

Otra máxima es que hay que aplicar tratamientos personalizados a cada paciente (“no hay enfermedades, sino enfermos”), lo que explicaría algunas curaciones debidas a esta práctica por el conocido como efecto placebo (la prestigiosa revista “The Lancet” realizó un estudio que concluyó que “la homeopatía es, simplemente, la ausencia de tratamiento”).

Los seguidores de esta práctica se defienden de las acusaciones de falta de rigor científico esgrimiendo la validez de la “teoría de la memoria del agua”, otro más de los absurdos de la homeopatía. Esta teoría, pergeñada por el fallecido biólogo francés Jacques Benveniste, viene a afirmar que “el agua tiene memoria y que esos recuerdos pueden transmitirse por la línea telefónica e Internet”, lo que podría explicar la supuesta eficacia de los preparados homeopáticos, la mayoría de ellos carentes de principio activo. Esto lo dicen en serio y os juro que no les da la risa.

Los descubrimientos de Benveniste le hicieron merecedor de nada menos que dos premios Ig Nobel (galardones otorgados a las investigaciones más absurdas) en 1991 y 1998. Lógicamente, ha quedado más que demostrado y, no había que esforzarse mucho, la invalidez de estos supuestos. Por mucho que se empeñara Benveniste, el agua no es capaz de “recordar” la presencia de una sustancia disuelta en ella una vez que la sustancia ha desaparecido.

¿Y cómo es que la mierda esta se puso de moda? La “culpa” la tiene la revista Nature, que publicó la investigación del gabacho. El experimento de Benveniste consistió en tomar una sustancia que causaba una reacción alérgica y diluirla repetidamente hasta que no quedaba nada más que agua pura. Aun así, según aseguraba el Flipy francés, esta agua todavía conseguía desencadenar una reacción alérgica cuando se añadía a células vivas.

John Maddox, editor de Nature, que es un tío listo, se dio cuenta de que la investigación de Benveniste traería cola, así que iba acompañada por un aviso: «Los lectores de este artículo podrían compartir la incredulidad de los árbitros. Por lo tanto, Nature ha solicitado que investigadores independientes observen la repetición del experimento.» El equipo de investigación fue liderado por el propio Maddox. Se unió el químico Walter Stewart… y el mismísimo James Randi, el Puto Amo (así, con mayúsculas).

¡¡James Randi, qué grande eres, coño!!

James Randi, o como lo llaman los escépticos, Tito James, propuso que se repitiera el experimento con dos preparados a analizar: soluciones homeopáticas y agua pura (controles), sin que los investigadores supieran qué muestras eran cuáles. Llegaron incluso a pegar las muestras al techo con cinta aislante (hay un documental del Discovery Channel que cuenta la historia). Pronto se descubrió que los resultados del laboratorio de Benveniste eran menos fiables que un MBA en Derecho Internacional Tributario de Paquirrín. Encontraron una combinación de controles descuidados o inexistentes, posible contaminación de equipos, manipulación de datos y selección de datos (seleccionando los resultados positivos e ignorando los negativos). Lo dijeron muy clarito en Nature: «Creemos que los datos experimentales han sido determinados sin criterio y no se ha informado adecuadamente de sus imperfecciones.»

A pesar de que ya se había descubierto el pastel, Benveniste no se bajaba del burro. Más tarde fundó una compañía, llamada Digibio, basándose en la Teoría del Agua: “el agua no sólo tiene memoria, sino que esta memoria puede ser digitalizada, transmitida por email y reintroducida en el agua”.

Yo trabajo como asesor en Digibio. Los sentidos homeopáticos son vé, olé, oí, gusto, tacto y telepatía cósmica. ¡Y el agua tiene memoria, chavales!

El caso es que el daño ya estaba hecho y la homeopatía se puso de moda con una pátina de respetabilidad. Y se convirtió en un negocio cojonudo. Los remedios homeopáticos son muchísimo más caros que los medicamentos “normales” y, en el mejor de los casos, únicamente presentan efecto placebo.

Os dejo un vídeo genial como fin de fiesta: el Suicidio homeopático.

miércoles, 6 de abril de 2011

SOAP OPERA STAR


Según El Mundo Today, un 12% de los niños andaluces no ha ido a contar un chiste a la televisión. De acuerdo a otras fuentes, sólo un 32% de los jóvenes de nuestra comunidad autónoma aún no ha salido en “Arrayán”, la telenovela más longeva de Canal Sur TV. Y yo formo parte del 68% restante que sí lo hecho. Porque sí, amigos, he sido actor en un culebrón. Es hora de contarlo todo. Y desde el principio, que es como deben contarse las historias.

Es que es ver esto y empezar a pensar que tengo hijos secretos por ahí.

 Nos remontamos algunos años atrás (principios de la década del 2.000). Un jovenzuelo intrépido (yo), estudiante de ingeniería, comprende que lo importante en la vida es labrarse un futuro y decide pasarse las tardes en la Filmoteca de Córdoba y no en sitios improductivos, como la Biblioteca de la facultad. Durante cuatro años acudí a diario a ver películas de culto, en una fase vital que podría calificarse de gafapastismo y pereza. Me tragué los ciclos completos de Dreyer, Buñuel, Nanni Moretti, Todd Solondz y algunos más que ahora no recuerdo. Vivía para ver cine. Aquello sí era vida. Quería ser director.

Me quedaba hasta a los debates post película, que duraban horas y me lo pasaba pipa. Conocí a gente genial, como a Juan Antonio Bardem, Jesús Fernández o Fernando Trueba.

También me matriculé en varios cursos de escritura de guiones, montaje, etc. El que más me gustó fue uno que se llamaba “Puesta en escena para cine y TV”, que impartió Antonio Hens, un director de cine que entonces era conocido sobre todo por el corto “En malas compañías”, que ha sido de los más premiados de los últimos años.

 Antonio Hens, que además de ser amiguete, tiene un pelazo.

El curso fue la leche. Vinieron actores profesionales (Pedro Alonso, Marisol Membrillo, Juan Carlos Rubio, Virginia Nölting, …) y los ponían a nuestra disposición para que los dirigiéramos.
A mí me tocó un texto de “La primavera romana de la señora Stone”, de Tennessee Williams, que me encanta, y me curré la escena un montón. Ensayamos varias veces y al día siguiente la interpretaron mis dos actores (Concha Galán y Bernabé Rico).

El caso es que lo hicieron exactamente como yo les había indicado. Qué difícil es ser actor y recordar todos los matices, movimientos y tonos de voz de una escena. Es complicadísimo además resultar natural y verosímil.

Ya estaba yo pensando en que iba a mandar a David Mamet a encalar fachadas, cuando Antonio Hens dijo: “No está mal, pero yo metería algunos cambios”. Y el tío, efectivamente, cambió dos detalles y la escena mejoró increíblemente. Eso sí era una escena redonda.

Entonces fui consciente de que me faltaba algo, esa intuición genial que tienen los que de verdad tienen aptitudes para el cine, esa capacidad de análisis,… No había que confundir el entusiasmo con el talento. Y ahí entendí que nunca sería director de cine. Lo mío era crear historias, ser guionista o escritor. Ahí sí me sentía seguro.

Al curso fuimos tres amiguetes (Alberto, JL y yo) y al final hicimos muy buenas migas con Antonio Hens, tanto que nos terminó invitando al rodaje de “Arrayán”. Y ahí que nos fuimos al mes de haber acabado el curso.

La serie, para el afortunado que no la conozca, es una telenovela cutre a la que están enganchados todos los jubilados. Antonio, que por aquel entonces no había rodado “Clandestinos” (la peli que le dio la fama), figuraba en los títulos de crédito con pseudónimo.

"Arrayán" se grababa en Coín (Málaga), en un set de rodaje que estaba tan hecho polvo que lo llamaban el Plató Kosovo. El ritmo era brutal, rodaban casi un episodio y medio al día (14 secuencias, en plan cadena de montaje de la Ford). Cada miembro del equipo sabía exactamente lo que tenía que hacer y no se perdía un segundo en tonterías.

La primera secuencia que vimos rodar fue antológica. La protagonizaban un niño cuellicorto de Coín, que habían contratado por cuatro duros, y Manolo Medina, que una vez vi por la tele que era el ex manager de Julián Contreras (que no sé muy bien quién es), y que entonces era conocido por haber salido en un reality: “El Bus”. Era el calvo del Bus, nada menos. Una celebridad.

A la derecha, el calvo de marras. Un actor de categoría.

En teoría la cosa era sencilla. El calvo del Bus estaba en un hotel, rompiendo con un cuchillo una alfombra del pasillo, porque debajo se ocultaba algo que tenía que recuperar como fuera (no recuerdo qué, la verdad). En ese momento, aparece el niño, que está jugando con unos coches en miniatura y que le pregunta al calvo qué que hace. El calvo se pone nervioso, le grita para que se vaya y lo agarra del brazo con fuerza. El niño dice “Déjame, déjame, me “hases” daño” y sale corriendo. El calvo sale detrás del niño para tratar de que no monte un escándalo y tropieza con los coches de juguete. Se cae y se lastima la rodilla. Como podéis ver, ni Orson Welles ni su puta madre, esto sí es grande.

En el primer intento, cuando el calvo coge al niño por el brazo, el pobre chaval tarda como unos diez minutos en decir  “Déjame, déjame, me “hases” daño”. ¡Corten!

Una regidora, con una camiseta rosa con el logo de Playboy, y que se dirigía a todo el mundo diciendo “Cariño, cielo, amor, ricura”, pero que daba miedo, le dijo al niño que hiciera el favor de responder inmediatamente cuando le aprieten el brazo y que saliera corriendo hacia su marca, que estaba entre las dos cámaras (se rodaba con dos cámaras a la vez, a lo Kurosawa).

La segunda vez, el niño dice su texto de puta madre, agacha la cabeza y se sale corriendo directo hacia una de las cámaras. Se pega una hostia importante contra la cámara y se revuelca por el suelo, visiblemente dolorido. Su madre lo consuela.
Lee Strarberg a los albañiles y su Método a la basura. El niño sí que sabía cómo interpretar el dolor mediante la introspección.
 
En esto, la regidora aparece gritando, con un vocabulario que haría enrojecer de vergüenza a un camionero curtido, se va hacia el ser cuellicorto y dice muy seria: “¿Tú sabes lo que vale una lente de una cámara de estas? Como el puto niño se haya cargado la cámara, lo mato”.

El calvo había partido los coches de plástico al pisarlos y se había jodido la rodilla de verdad al caer.
Tercer intento. El niño juega con una rueda y un trozo de capó (no quedan coches enteros), pero todo sale más o menos bien. Presenciamos la magia del cine.

Mientras tanto, Alberto, JL y yo nos dedicábamos a hablar con los actores y miembros del equipo técnico, preguntándoles de todo, porque alucinábamos de la velocidad a la que funcionaban. Y no, el secreto no es la farlopa.

El elenco de actores era brutal: Remedios Cervantes, un tipo con una coleta que no lo conocían ni en su casa, deshechos de tientas de OT, GH, Miss y Míster España, etc. Lo mejor de cada casa, vamos. También había actores muy buenos que tenían que pagar la hipoteca, claro.

La segunda secuencia cuyo rodaje presenciamos, tenía lugar en una discoteca. Lo alucinante de los platós de TV es la división entre distintos espacios. En este caso, medio plató era una discoteca y la otra mitad, un dormitorio (ay, si en la vida real fuera tan fácil).

Aquí los de producción tiraron la casa por la ventana: contrataron a un mago profesional… Profesional de la hostelería o algo, porque como mago era más malo que mandar a la abuela por droga.

El argumento era brutal. Dos ex amantes se encuentran por casualidad en una discoteca y tienen que fingir delante de la gente que ya no sienten nada el uno por el otro, mientras participan de un frívolo truco mágico. ¿Acaso no es el público del bar un trasunto de la sociedad misma que observa con curiosidad y severidad el juego en el que se ha convertido la vida de nuestros protagonistas? ¿No son juzgados de alguna manera por tener que someterse al aplauso del público? ¿No resulta dolorosamente irónico que el truco del mago consista en unir los trozos de algo (un pañuelo) que estaba roto? ¿Acaso no piensan los amantes al recomponer el pañuelo que éste no es más que una metáfora de sus vidas (rotas pero susceptibles de ser recompuestas)? ¿No es una broma del destino que el mago eligiese precisamente a ella entre el nutrido grupo de extras de Coín?

Entonces nos preguntaron si queríamos salir en la serie. Alberto dijo que sí, pero que solo si podía llevar un gorro muy raro que se había traído. Se quedó fuera porque no quería renunciar a su gorro.
JL y yo nos animamos. En un rato nos dieron las nociones básicas de lo que teníamos que hacer. JL ayuda al mago a hacer el truco y yo mejor no cuento en qué consistió mi papel estelar, porque cada vez que lo veo me muero de vergüenza. Fueron cinco minutos que hicieron historia en la TV. La apoteosis de la vergüenza ajena.

Cuando, años después, Antonio Hens tuvo que montar un resumen de la serie, dejó los cinco minutos intactos, como una broma privada, y me mandó un mail (que conservo): “ (…) Sales tú, bueno, no eres tú, es el chico que estudiaba hace ya tres años. Me parto y me partía mientras estaba reeditándolo. Tu cara es inenarrable. Una suerte de Buster Keaton, salvando las distancias, claro, que no da crédito a que ESO sea posible. No te lo pierdas. Y si lo ves un poco puesto, mejor”.

Y lo vi, claro, con cuatro copas encima. Y me reí un montón. Ahí empezó mi declive como estrella de los culebrones.

domingo, 3 de abril de 2011

UN DÍA DE CAMPO



La semana pasada estuve visitando una finca de Berrocal (Huelva), con Toi (@toitoz en Twitter), mi compañero de trabajo y, sin embargo, amigo. Creo que, menos que nos sodomizara un lince ibérico, nos pasó de todo: nos perdimos, entramos en zonas sin salida, nos quedamos atascados en mitad de un arroyo más de una hora y tuvimos que salir de allí haciendo de McGuiver, nos pinchamos con zarzas, nos cortamos los brazos al atravesar un jaral, casi nos cargamos el cárter del coche al pasar por un camino de piedras,… En fin, un día de campo completito.

 Nos aguantamos las ganas de sacar unas litronas y tirarnos a la sombrita. Paisaje muy de Comarca – Señor de los Anillos.

Como parece que le he cogido el gusto a esto de ser un reportero forestal, me dediqué a grabar vídeos. Me he dado cuenta de que como documentalista tengo menos futuro que Sofía Mazagatos como actriz, pero es lo que hay. No doy para más. 

 Esta es la cara se que se me quedó después de 8 horas de aventura. Más acabao que Milli Vanilli.

Y ahora, los vídeos.

Vídeo 1: La llegada al Alto del Pantano.


Vídeo 2: Desorientados en un marco incomparable.


Vídeo 3: Me subo a una torreta de incendios para buscar una salida. Vale, está torcida la cámara, pero con el vértigo no controlo.



Vídeo 4: Cruzamos un arroyo.