viernes, 20 de mayo de 2011

JAMES BOND VS LADY PEPPER


Hoy, en “Gritis Jits”, la crónica de la aventura que viví el día que fui al cine a ver “Casino Royale”. Iba a escribir la crítica cinematográfica para la Revista Noseolvida, pero ya que no pudimos terminar de ver la peli acabé contando la movida que vivimos. Y es que lo que no me pase a mí…

JAMES BOND VS LADY PEPPER.

El pasado miércoles me decidí a ver “Casino Royale”, la última entrega de Bond, James Bond, uno de mis héroes de ficción favoritos.

María y yo no tardamos mucho en decidir qué cine elegir, ya que en Huelva, por desgracia, sólo queda en pie el Cinebox Aqualon tras la desaparición del Fantasio, el Emperador y el Cine Rábida.

Daniel Graig. Sólo Roberto Benigni haciendo de Pinocho fue peor recibido por el público.

El Aqualon es un macrocentro comercial donde Kevin Smith podría haber rodado Mallrats, para que os hagáis una idea del aspecto del sitio (sólo faltaba un stand de mantequilla de cacahuete, vamos).

En fin, en cuanto llegamos nos fuimos a la taquilla a comprar las entradas de “Casino Royale”. No podía haber más gente haciendo cola, aquel debía ser uno de los días fuertes del año.

Tras la inevitable espera, que aprovechamos para meternos un café entre pecho y espalda en El Bocatín (una de esas cafeterías – bares de tapas que hace dinero a costa de recortar costes en camareros, ¡viva el autoservicio!), admirar las vistas del Puerto de Huelva y aprovisionarnos de chucherías varias, entramos en la sala.

El público que nos encontramos no podría ser más variopinto: señoras mayores que se hacían un lío con las filas y butacas y no hacían más que dar vueltas como peonzas por toda la sala, adolescentes en la frontera de convertirse en delincuentes juveniles que hablaban a gritos en la jerga onubense (“Ira, canijo, de loco”), parejitas sin piso buscando un sitio para darse el lote y tres sabihondillos cinéfilos evidentemente masoquistas que ya estaban poniendo a parir al pobre Daniel Graig cuando la película no había ni empezado y que se sentaron justo detrás de nosotros, por lo que temí que nos dieran la película con sus comentarios sarcásticos y lamentaciones sobre la decadencia de cine actual.

Nos acomodamos en nuestros mullidos asientos, se hizo la oscuridad unos segundos y arrancaron los trailers.

El primero anunciaba “El Camino de los Ingleses” de Antonio Banderas; película que, aunque no tiene mala pinta de todo, nunca veré al ser el estrangulable Fran Perea uno de los protagonistas.

“Uno más uno, son siete.” Fran Perea, víctima de la LOGSE.

El segundo trailer era sobre “Ghost Rider”, conocido en España como “El Motorista Fantasma”, un cómic de la Marvel que aunque entretenido, estaba lejos de las mejores creaciones de esa editorial como La Patrulla X, Jóvenes Mutantes o Spiderman. Le dije a María que el cómic estaba bien a lo que me respondió sensatamente “Pues vas tú a ver la película, a mí no me gustan los tebeos.”

Los cinéfilos masoquistas de la fila de atrás se lamentaron farisaicamente durante el trailer sobre el declive de la carrera de Nicholas Cage, que encarnaba al Motorista en su versión cinematográfica.

Entonces empezó la película que habíamos venido a ver. No recuerdo tanta publicidad negativa contra un actor, Daniel Graig, que como diría Troy Macclure, posiblemente recordarán de otras películas como “Munich” y alguna basurilla de serie B.

Tengo entendido que incluso llegaron a crearse páginas web contra él y a recoger firmas para pedir que no encarnara a 007. Las críticas de la gente seria finalmente no fueron tan malas (Oti Rodríguez Marchante que de cine sabe un rato fue bastante benévolo por poner un ejemplo).

La peli tenía un atractivo muy importante, ya que adaptaba la primera novela de Ian Fleming sobre Bond. Es la única novela que faltaba por llevar a la pantalla grande, lo que era una garantía de que, el guión al menos, merecería la pena aunque fuera sólo como curiosidad. Conviene recordar que Fleming escribió pocos libros sobre 007 y que, después de tres o cuatro películas, se agotaron las fuentes literarias y el nivel de los guiones flojeó bastante.  

En fin, vuelvo a la sala del Aqualon. “Casino Royale” arrancó bien, mostrando a Bond como un frío asesino al servicio de Su Majestad, menos sofisticado y bastante inexpresivo aunque eficaz y correcto. En los primeros minutos uno percibe los cambios del 007 del siglo XXI: es un Bond más frío pero menos machista (ya no hay tías buenas en los títulos de crédito ni comentarios políticamente incorrectos), se apuesta más por la trama que por los efectos especiales, Bond es una especie de “nuevo rico” (le gusta el lujo pero no termina de sentirse cómodo en ese ambiente y se desenvuelve torpemente en él), no hay gadgets y se aumenta hasta el infinito la publicidad “encubierta”.

Amigos, yo inventé el concepto “Publicidad subliminal con caja de leche Pascual en segundo plano mientras se distrae al espectador con tensión sexual no resuelta”. ¡Quiero el 15%!  Milikito dixit.

Cuando la película llevaba unos quince minutos empezó a escucharse una fuerte tos proveniente de una de las últimas filas. En un principio pensamos que era un tipo atragantándose con palomitas. En un momento la tos aislada se convirtió en un coro de toses, llantos e imprecaciones que bajaban por los pasillos hacia la salida de emergencia.

“Han tirado algún producto químico”, gritó una chica mientras se tapaba la cara con un chaleco.

Entonces lo entendí: era un ataque con ántrax (vale, ya sé que el ántrax es inodoro pero seguro que estaba mezclado con gas sarín o algo peor).

La gente de las últimas filas bajaba ordenadamente las escaleras mientras se tapaban la cara, quejándose y comentando lo ocurrido.

Me puse en pie y cogí a María del brazo y le dije “Nos vamos, que esto tiene muy mala pinta”. María se levantó y nos pusimos en marcha. Curiosamente, la gente que estaba sentada en mi fila permanecía impasible y no se le ocurría salir por patas, que es lo más prudente cuando se ha producido un ataque químico a 8 metros de uno. Cuando llegué al pasillo, me di la vuelta para discutir con María cual sería la mejor salida posible y, ¡oh, sorpresa!, ya no estaba detrás de mí: se había vuelto a su asiento.

Volví sobre mis pasos, esquivando víctimas del ataque probablemente terrorista que lloraban por el producto químico que habían inhalado. Me senté en mi sitio y le pregunté a María porqué no había salido al pasillo dada la urgencia de la situación. La gente seguía llorando, tosiendo y quejándose por el dolor. María me contestó hierática: “Pues a mí no me pasa nada”, así que me quedé sentado entre confundido, sorprendido, incrédulo y admirado por su sangre fría y arrojo. Decidí que estaba dispuesto a morir antes que quedar como un cobarde.

Me giré en el asiento y vi a los tres cinéfilos que se habían abrochado el último botón de la camisa y escondido la nariz dentro. Para no gustarles el último Bond, se estaban jugando la vida por él. Quince segundos duró la heroica resistencia, pues el proyeccionista paró la película. No debía parecerle ético seguir proyectando cuando la mitad de los espectadores estaban retorciéndose de dolor y derramando lágrimas como puños.

Salimos a la entrada del cine y comenzamos a comentar la situación entre todos. En ese momento, comenzó a picarme la garganta y a llorarme profusamente el ojo derecho; indudablemente mis heroicas exploraciones del terreno para preparar una posible fuga en caso de necesidad me estaban pasando factura. María, sin embargo, estaba como una rosa.

- ¿Alguien había visto algo? ¿No hay testigos? ¿Nadie notó nada sospechoso?

Una pareja de novios veinteañeros, nos contó cómo había sucedido todo. La chica, que llevaba una chaqueta vaquera manchada de un líquido marrón, comenzó la narración de los hechos:

- Ira, ha sío una shavala sudamericana, ¿abe? Estaba detrás de mí, entró la úrtima tó nerviosa. A mí me miró dos o tres veces y no hacía más que mirá para tós laos. De repente me dice la shavala, “ay, perdón se me ha escapao”  y me suerta tol spray en la shaqueta, que debe sé de esos de pimienta, ¿abe? Yo me doy la vuerta, asín de loco, y me pongo a vé lo que é, mientras me pican los ojoh y mi novio se pone a tosé. La shavala se sentó en las primeras filas pero cuando vio el jaleo que se había montao salió a la calle.

-  Si la pillo, le voy a meté una trompá que lo va a flipá la casho perra – apuntilló el novio, nervioso y cabreado con razón.   

-  ¿Te fijaste en qué ropa llevaba? – pregunté, influenciado por Bond y ya metido en el papel de agente secreto. Puesto que no era ántrax sino pimienta, respiré tranquilo.

- Jí, un chaleco azú con rayas blancas – contestó la chica orgullosa.

En ese momento llegó la responsable del cine y, muy amablemente, nos prometió devolvernos el dinero de la entrada o cambiarla para otra sesión. Hicimos cola para recuperar la pasta, mientras vimos pasar a un policía a toda velocidad que entraba en el cine.

Le hice señales para que parara, pero no hubo suerte. Con el segundo policía nos fue mejor. Le di el alto y se vino hacia nosotros corriendo.  

- Tengo un testigo que ha visto a la sospechosa de cerca. Podría incluso facilitarle una descripción – comenté, con aire decidido.

- Ajá, proceda si es tan amable – contestó el policía, con evidentes signos de nerviosismo, por un motivo que después comprendí (le habían dado a la policía una información falsa, en concreto le había informado de dos explosiones en el Aqualon).

Llamé a la parejita – testigo y les puse en contacto con el policía que, al contrario de lo que sucede en las películas, les escuchó sin tomar una sola nota. Un minuto después irrumpió en el cine una docena de policías más.

Desanimados por habernos perdido la película, bajamos las escaleras mecánicas camino a la salida mientras conjeturábamos sobre qué podría llevar a una  persona a vaciar un spray de pimienta de autodefensa en mitad de un cine. 

Spray de pimienta, el arma del crimen. Nosotros no nos reímos como la tipa de la foto. Es más, no nos hizo ni puñetera gracia la broma.

Entonces vimos en la Planta Baja, al lado de la salida, a una chica sudamericana con un abrigo blanco que le preguntaba a un grupo de personas por dónde se iba a nosedonde. La observamos detenidamente durante un rato y, cuando ya nos íbamos, se le abrió el abrigo blanco dejando ver un chaleco azul a rayas.

- Joder, ¡es esa! – le dije a Maria, que reaccionó en décimas de segundo montando el operativo de seguimiento y mostrando sus dotes como persona organizada y chica Bond de primera categoría.

-  Voy a buscar a la policía a la Primera Planta. Tú síguela. Estamos en contacto por el móvil – ordenó resueltamente.

Un poco aturdido por la situación (y por el spray de pimienta, porqué no decirlo), comencé a perseguir a la sospechosa por el centro comercial.

Cada vez que me paraba llamaba a Maria y le informaba de la situación.

- Tango 1 a Tango 2, el pájaro se ha posado en frente de Zara. Creo que se dirige a los taxis, repito, el pájaro vuela a los taxis.

- ¿Pero que dices que no te oigo bien?

- Que está en la parada de los taxis, ¡que se va ya! – comenté.

María ya había conseguido ponerse en contacto con la Policía. Lo cierto es que cuando le dijo a un agente de la ley que la sospechosa estaba abajo, un grupo de diez polis salió a correr, mientras uno de ellos cogía a María por el brazo y casi la llevaba a rastras. Después de treinta segundos de carrera, María se paró en seco, me llamó a móvil, le volví a confirmar que Lady Pepper estaba en la parada de taxis y los policías siguieron la carrera sin ella, dejándola atrás como a una aspirante a Operación Triunfo que no ha pasado el casting.

Mientras tanto, la sospechosa seguía a lo suyo. Paseaba por la parada comiéndose una naranja y tirando las cáscaras al suelo con desgana. Tenía una mirada triste y era ciertamente una chica muy guapa. Habría dado el tipo para una chica Bond  malvada.

Yo la seguía con ciertos remordimientos de conciencia. ¿Estaba 100% seguro de que había sido ella la culpable?

Mis escrúpulos izquierdosillos se estaban cebando con mi conciencia. ¿No estaba culpando a una chica sólo por ser sudamericana y llevar un chaleco de un determinado color? ¿Y si ella no tenía nada que ver con el incidente? ¿Y si todo no era más que una desafortunada casualidad? Desde luego, la chica no tenía pinta de ser la típica persona que vacía un spray antivioladores en una sala de cine, si es que hay alguien que pueda tener esa pinta.

En esas estaba, decidiendo si darme la vuelta o no, cuando la sospechosa se metió en el único taxi que había en la parada. Sacó una tarjeta del bolsillo y se la enseñó a taxista. Éste negó con la cabeza y la sospechosa salió del taxi y se quedó en mitad de la carretera, como esperando algo. No tengo ni idea de lo que le preguntó o de lo que pudieron hablar los dos.

Una mujer finalmente cogió el taxi que se había negado a recoger a la chica y entonces pasó corriendo un guarda jurado a pocos metros de la parada.

Llamé al segurata a gritos pero no quiso pararse. Un segundo taxi apareció en mitad de la calle y la sospechosa lo llamó. Estaba claro, culpable o inocente, iba a escaparse.

Decidí en unos segundos si intervenir o no. Si la chica era Lady Pepper no creo que fuera aconsejable acercarse si ella tenía en la mano un spray que podía dejarme ciego; por otra parte si era inocente y le hacía un placaje iba a pasar el rato más bochornoso de mi vida, así que resolví apuntar el número de matrícula del taxi. 

La chica entró en el taxi y, cuando le estaba diciendo dónde quería que el taxista la llevara, apareció un policía corriendo calle abajo. Era el tipo más rápido del grupo al que María había puesto sobre aviso. Lo llamé a gritos mientras señalaba el taxi y el poli me preguntó “¿En el taxi? ¿Estás seguro? “

Le dije que sí con toda la convicción de que fui capaz (aunque entonces no estaba seguro de que la chica era culpable). El policía saltó a la carretera y le dio el alto al taxi que se había puesto en marcha segundos antes. No fue atropellado de milagro.

El poli hizo salir a la chica de taxi y, entonces comprendí que la sospechosa era realmente Lady Pepper. Si un policía, jugándose la vida, le da el alto a un taxi en el que vas y te hace salir del vehiculo llevándose la mano a la pistola y eres inocente, está claro que no te quedas como si nada. Una persona inocente por lo menos pregunta qué es lo que pasa o al menos muestra sorpresa.

Mis sospechas se vieron confirmadas poco después cuando el resto de policías rodeó a Lady Pepper y le hicieron vaciar los bolsillos. Encontraron dos sprays de pimienta, nada menos.

En esto, un policía en moto hizo su aparición a toda velocidad. Cuando se bajó le comenté que podría ayudarle a localizar a la chica a la que Lady Pepper le había vaciado el spray en la chaqueta vaquera. En seguida comprendí que aquel era un poli enrollado y bastante místico.

- Me han dicho que había dos explosiones. Tengo a mis dos hijos en el cine y con el susto casi me mato con la moto viniendo para acá. Encima, mi mujer no me cogía el móvil al principio…. Esta es una experiencia que se queda aquí – dijo mirando al vacío, mientras se daba un fuerte golpe con el puño en el pecho, como si estuviera hablando de sus años en Vietnam.

- Esa chica no debe estar bien de la cabeza. Una persona normal no hace estas cosas, ¿no? – pregunté al policía místico.

- Te sorprendería ver lo que hacen las personas supuestamente normales. Yo he tenido servicios que …Vamos, mejor no hablar de ello – me respondió, como quien calla un secreto de estado.

- ¿Qué le puede pasar a la chica?

- Si no tiene papeles, la echan de España  de todas formas irá a juicio por atentado contra la salud pública.

Me asaltaban sentimientos encontrados. Por una parte me alegraba de haber colaborado en  la detención de una persona que había puesto en peligro a mucha gente (en la sala había niños pequeños y ancianos y, además del spray, estaba el riesgo asociado a una “estampida humana”, hecho que afortunadamente no se produjo, de milagro, diría yo). Por otro lado, no podía evitar que la chica me diera algo de pena, ya que evidentemente estaba mentalmente desequilibrada. 

Ramoncín ha sido uno de los damnificados por Lady Pepper. Por un tiempo me paso al Emule y no pisaré un cine. Que le den a la SGAE y a Teddy Bautista, de paso.

Acompañé al poli místico a buscar a la pareja de novios – testigos, a los que localizamos a la vuelta de la esquina y les saludamos con un entusiasta “¡La pillamos!”. 

El poli místico les pidió sus datos y se despidió amablemente de María y de mí.

Un adolescente pre-delincuente que andaba por allí me preguntó si la chica estaba todavía en la parada de taxis. Quería ir a partirle la cara.

- Sí, claro que está, lo que pasa es que está acompañada de más de diez policías - respondí.

- ¿¿¿¿¿¿¿Y????????? Le metemo en forma de león a la policía iguarmente, ¿abe, canijo?... – Se lo pensó dos veces - Mira, mejó no. Nos vamo a dormí.

Nos despedimos de la pareja de novios –testigos de crimen y pusimos rumbo a casa. Aquel día había sido movido y necesitábamos descansar un rato para poder seguir alerta, siempre al servicio de Su Majestad.

Al día siguiente, El Mundo dio la noticia. “Una mujer siembra el pánico en un cine de Huelva con un spray de pimienta”. De James y Vesper, auténticos artífices de la detención, ni palabra. Mejor así, preferimos trabajar de incógnito.    

3 comentarios:

  1. tremendo !! donde esta esa medallita al merito policial y ciudadano???

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  2. ¿No tenéis al menos una calle en Huelva con vuestro nombre o algo?

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  3. Así que fuistéis vosotros, ¿eh? Os arrepentiréis!!!
    Besotes gordos.
    P.D. Qué buenos ratos me haces pasar!!! Querible eres, leche!!!

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