sábado, 22 de octubre de 2011

EL AMOR EN LA LITERATURA (parte 1)


Después de escribir sobre el amor en el cine, tocaba hacerlo sobre la literatura. Tenía pendiente este tema desde hace unos meses y como hoy tengo el día tonto, creo que es el momento perfecto.

La literatura evoluciona lógicamente con los tiempos y muestra la forma de relacionarse de las personas a distintos niveles mejor que cualquier otro medio. Si echamos la vista atrás encontramos obras como Lancelot, de Chrétien de Troyes (siglo XII), Tristán e Isolda (1210), de Gottfried von Strassburg, y Le Roman de la rose (1240), de Guillaume de Lorris, que versan sobre el amor cortés, una forma de vivir las relaciones sentimentales que me parece fascinante.

Soy Chuck Norris y el amor cortés me parece una chorrada. Hay que poner la cara de “te voy a cubrir” y lo demás viene solo.

Entre los siglos XI y XIII se impuso en la refinada corte de Provenza y en otras cortes europeas esta forma de amar tan peculiar. Se trataba de una forma de concebir el amor en la que eran importantes las formas y el camino a seguir, más que el resultado. Vamos, que lo que científicamente se conoce como mojar el churro era secundario, lo importante era el proceso amatorio.

Tal como sucede en nuestros días, el amante tenía que conquistar a la mujer poco a poco y a fuerza de hacer méritos: ahora te hago una poesía, ahora te doy un regalito, ahora me saco la chorra y golpeándola contra copas de cristal toco un madrigal… Con cada nueva demostración de su entrega y amor, la mujer accedía a que el amante se acercara un poco más en un proceso que podía durar semanas. Esto normalmente causaba un dolor escrotal considerable en el amado, como no podía ser de otra manera.

 El amor cortés no finalizaba nunca en matrimonio, es decir, que acababa bien, pues las mujeres a las que honraban los amantes solían estar casadas, aunque sus maridos estaban lejos guerreando, conquistando, cazando o limándose los cuernos, según el caso, y se concebía el amor como pasión y como camino de ascensión. Es más importante el desasosiego, el subidón de “me gusta tu amiga” en sí, que otra cosa. De ahí procede el sentimiento trágico del amor, muy sabiniano:”amores que matan nunca mueren”. 

- Tristán, te quiero pero…planchar no sale de ti.
- No me jodas a estas alturas, Isolda.

El amor cortés separa el sexo del amor para hacer explotar los sentidos y concibe la relación como una gradación en la que el enamorado tiene que ir escalando poco a poco peldaños y privilegios demostrando su sensibilidad, su cultura y su talento para la música, la comida, la poesía, los relatos y para el mismo arte de amar. Vamos, que tenía que ser uno poeta, músico, gourmet, escayolista, perito de minas y gran follarín para aspirar a comerse algo. El amor cortés entendía que el deseo y la pasión necesitaban dosificarse sabiamente para que fueran más explosivos, así el amante iba conquistando poco a poco privilegios en un proceso perfectamente ritualizado, que solía acabar con la bolsa escrotal con el tamaño de un balón de Nivea. Se trataba de un complejo cortejo, que ríete tú del e-Darling.

El caballero estaba al servicio de la dama en espera de conseguir vencer sus resistencias. Casi nada se dejaba al azar y los pasos que atravesaban el amor y la pasión estaban perfectamente pautados. Si te perdías en algún momento echabas mano del libro de instrucciones y todo era mucho más fácil.

El caballero y su amada se hallaban en un continuo estado de amor exaltado y él debía mejorar día a día y demostrárselo a su amada, con poemas, cartas, DMs, música y todo tipo de escritos, hasta convertirse en el amante perfecto. Lo de hacer el pino puente era opcional. Todo ello con mucha humildad pues el hombre tenía que tener siempre claro que, fuera cierto o no, siempre estaba en un plano inferior a su amada, a quien divinizaba y atribuía todas las virtudes. Vamos, como ahora, solo que entonces no había que invitar a café y tragarse películas basura como “El amor tiene dos caras”.  

Aguanta aquí un momento, que voy por tabaco, peli.

Tras un largo recorrido, los amantes se iban acercando en cuerpo y alma: en un primer nivel, cuando ya la dama prestaba atención a su caballero, éste podía mirar pero no tocar; luego podía besar pero no tocar; seguidamente podía acariciar los pechos.... Decir que se alcanzaba un nivel más caliente que un poni en romería es quedarse corto.

En teoría, el amor cortés acababa cuando el amante conseguía yacer desnudo con la mujer y jugar libremente, sin que hubiera penetración porque se reservaba para el matrimonio, y ambos amantes se dejaban inflamar por las caricias y los besos. Bueno, eso era la teoría, porque, en la práctica, era común que el amante se dejara llevar por el entusiasmo y penetrara a su amada hasta donde pone Toledo. Otras veces el amor cortés finalizaba cuando el enamorado conseguía ver desnuda a la mujer, pero esto no era tan común. Entonces, fijaba los ojos en otra y volvía a empezar pues quizá estos caballeros no amaban a las mujeres, sino al amor. Y lo mismo se podía decir de ellas. Ahí nació el dicho “Prometer hasta el meter”.

Espero que os haya gustado. Próximamente, la segunda parte.

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